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Carlo Jacucci (Ecole Phillippe Gaulier) es nuestro guía -o mejor dicho, nuestro animador- de la velada, llevándonos a través de bocetos completamente inconexos pero siempre brillantes que van desde lo extraño ('La canción más triste del mundo', tocada con acordeón acompañada de varios lamentos vocales) hasta lo sublime: nunca había visto una oruga personificada con tanta precisión y con tanto encanto. Deambulamos, aparentemente al azar, a través de una serie de secuencias técnicamente brillantes y alocadas que tratan “sobre la vida”, una afirmación del programa que se cumple y se destruye en esta producción.
Jacucci es un maestro payaso, siempre inexpresivo y siempre en control de una audiencia cada vez más histérica, lanzando su táctica inicial (un asentimiento y un suave "bueno...") a intervalos precisos, invitándolos a continuar tambaleándose en sus asientos. Utiliza las tonterías para confundirnos y la verdad para conquistarnos, sin tomarse nunca demasiado en serio ni dejarse desconcertar por nada de lo que haga el público. Un ejemplo de su confianza constante: resumió los primeros minutos del juego en forma física ante los recién llegados (dos veces) y aún así logró mantenernos a su lado.
No hay duda de que este es un acto de payaso que quieres que triunfe. No tiene sentido, no hay narrativa y no hay mensaje político, pero si quieres reír y reír, este es el programa para ti. Jacucci ha encontrado oro con su estilo seguro, conocedor y encantador, y te hará reír incontrolablemente ante lo que sólo podría describirse como pura comedia física.
Reseña de Emma-Jane Denly en Broadway Baby.
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