Jerónimo Rabell Catalá (Fotógrafo Jorge Cano) Mugrosín |
En su Decadente Chou, Jero nos sorprende con una tremenda habilidad para hablar de la la violencia, la rabia y la frustración, desde una voz ingenua e infantil. Porque aun momento nos damos cuenta de que aún con su aspecto lúgubre, oscuro y descuidado, habla igual que el payaso colorido de la plaza y entendemos -con risas-que a pesar de convivir con tantas realidades cabronas tenemos todavía corazón de niñ@s.
Pensando en el espectáculo como un retrato de nuestra sociedad, se me ocurre que el mexicano puede ser, ante el mundo, el arquetipo del niño incomprendido. Tan entusiasta e inocente el mexicano, tan ingenioso que se siente superior o chingón pero que vive hundido en la dominación y en la miseria. Porque siente que nadie ve su ingenio, que no es reconocido. Y no se da cuenta que su fuerza está precisamente en su simpleza.
En el trabajo de Jero vemos a ese mexicano, el que usa la venganza como lo haría un niño pequeño. La frustración que se traduce en berrinche: “si no me quieren me voy”,“si no me quieren me mato”, “si no me quieren me vuelvo malo”. Y es capaz de producirnos un vacío en el corazón cuando en medio de la carcajada se atreve a apuntarnos a la cara con una pistola. Nos quedamos helados, porque a todos nos duele, porque sabemos que no es juego, que cualquier día nos pasa de a de veras.
Y es ahí donde aparecen personajes tan contradictorios como Mugrosín, porque te mata de amor y de ternura pero a la vez lo odias porque te recuerda que no eres mucho mejor, que también vives en esta sociedad injusta y absurda, que sientes muchas veces esa misma frustración que pisotea tu inocencia.Y ahí está la enorme lección que nos regalan artistas como Jero, capaces de transformar los aspectos más terribles de la existencia humana, en obras de arte que no se limitan a ser estéticas sino que nos invitan a cuestionarnos y a reírnos de nuestra cotidianidad.
Dominar el oficio del payaso no es cosa simple. Es un trabajo de vida, de mantenerse sensible y a la vez no dejarse aplastar por esa sensibilidad. Noches enteras de desvelo,amores frustrados, soledades escondidas atrás de esa sonrisa lírica, sólo para que otr@s mortales podamos reírnos de nuestra propia desgracia y entender que detrás de esta realidad que muchas veces se muestra aplastante, podemos encontrar la magia y la belleza.
Porque aunque Jerónimo quiera mostrarnos su lado más burdo y decadente, no puede ocultar su amor por la vida. Su sencillez, su simpleza, su inocencia, se desbordan en su arte. Un buen payaso es un sabio disfrazado de tonto.
Muchas gracias a Jerónimo Rabell Catalá por Su ayuda y amabilidad.
Jerónimo Rabell Catalá Mugrosín |
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